#LaHoraDeLaReflexión
Hay gestos que duelen más que las palabras. Voltear la cara, por ejemplo. Ese acto silencioso, casi imperceptible, que revela que algo cambió.
Que la cercanía se volvió distancia.
Que la lealtad se volvió cálculo.
Que la amistad se volvió protocolo.
Y todo, por un carguito.
Un nombramiento. Una designación. Un escritorio nuevo. Un espacio de poder que, aunque legítimo, no debería tener el poder de borrar memorias, vínculos, afectos. Pero lo tiene. Porque hay quienes, al recibirlo, se transforman. Cambian el tono, el trato, el círculo. Se alejan de quienes estuvieron en la sombra, en la espera, en la lucha. Y se rodean de quienes solo aplauden mientras dura la función.
🎭 El precio del ascenso

No hay nada malo en crecer. En asumir responsabilidades. En ocupar espacios de decisión. Lo que sí es preocupante es que ese ascenso venga acompañado de una amnesia emocional. De una desconexión con los afectos que nos sostuvieron antes del cargo. De una mirada que ya no reconoce al otro como parte de su historia.
Porque los cargos pasan. Las funciones cambian. Los nombramientos se revocan. Pero la memoria afectiva —esa que guarda quién estuvo, quién llamó, quién sostuvo— permanece.
Y cuando todo se haya dicho, cuando el expediente esté cerrado, cuando el escritorio sea de otro, lo que quedará será el relato íntimo de cómo se vivió el poder. Si se usó para elevar o para excluir. Si se honró o se traicionó.
🧱 La arquitectura de lo auténtico
La empatía no debería ser selectiva. La lealtad no debería depender del organigrama. La amistad no debería tener fecha de vencimiento.
Construir vínculos verdaderos requiere tiempo, presencia, escucha. Y también exige resistencia: a la tentación del olvido, al vértigo del ascenso, a la comodidad del nuevo entorno. Porque la verdadera grandeza no se mide por el cargo que se ostenta, sino por la humanidad que se conserva.
Ser leal no es ser servil.
Ser empático no es ser débil.
Ser amigo no es ser útil.
Esos valores no deberían ser negociables. Y sin embargo, en muchos espacios institucionales, se negocian a diario. Se intercambian por favores, por visibilidad, por permanencia.
🌱 Lo que sí permanece
Quienes cambian de piel por un puesto olvidan que los cargos pasan, pero las decisiones que tomamos desde ellos nos definen para siempre. Y cuando el telón caiga, cuando el nombre deje de estar en la puerta, lo único que quedará será la memoria de cómo tratamos a los demás.
Voltear la cara por un carguito puede parecer un gesto menor. Pero en el fondo, es una renuncia… A la coherencia… A la gratitud… A la dignidad.