#LaHoraDeLaVerdad

Por: Máximo Cury

En la era contemporánea, marcada por la hiperconectividad, la exposición digital y la lógica del rendimiento, los afectos —esos vínculos emocionales que antes se consideraban sagrados o espontáneos— han comenzado a operar bajo las reglas del mercado. No hablamos solo de relaciones románticas, sino de amistades, alianzas familiares, y hasta vínculos laborales que se construyen y destruyen según su “rentabilidad emocional o social”.

¿Qué es el mercado de los afectos?

Es la idea de que las relaciones humanas se han mercantilizado. Que los vínculos ya no se forman únicamente por afinidad, valores compartidos o amor genuino, sino por lo que el otro representa en términos de:

  • Capital social: ¿Con quién te asocias? ¿Qué puertas te puede abrir esa persona?

  • Capital simbólico: ¿Qué imagen proyectas al estar con esa pareja o grupo?

  • Capital económico: ¿Qué estabilidad o beneficios materiales te ofrece esa relación?

    En este mercado, las emociones se convierten en moneda. El afecto se da, pero con expectativa de retorno. Y el amor, muchas veces, se mide en términos de utilidad.

Redes sociales: la vitrina del afecto rentable:

Las plataformas digitales han exacerbado esta lógica. Hoy, una relación no solo se vive: se exhibe. Y en esa exhibición, se construye una narrativa que muchas veces responde más a la validación externa que a la conexión interna.

  • Parejas que se muestran felices para mantener una imagen de éxito.

  • Amistades que se cultivan por conveniencia profesional.

  • Influencers que “venden” su vida amorosa como contenido.

    En este contexto, el afecto se convierte en espectáculo. Y el valor de una relación se mide por los likes, los seguidores o las oportunidades que genera.

Consecuencias del afecto transaccional:

  • Despersonalización: Las personas se convierten en medios para un fin. Se elige con quién vincularse no por quién es, sino por lo que representa.

  • Fragilidad emocional: Cuando el afecto se basa en la utilidad, cualquier cambio en las circunstancias puede romper el vínculo.

  • Soledad encubierta: Se puede estar rodeado de gente y aún así sentirse solo, porque los vínculos no son auténticos.


¿Cómo resistir esta lógica?

  • Apostando por relaciones donde el afecto no dependa del rendimiento.

  • Practicando la intimidad real, no la performativa.

  • Reivindicando el valor del tiempo, la escucha y la presencia como formas de conexión genuina.

    Conclusión:
    El mercado de los afectos es una realidad incómoda, pero reveladora. Nos obliga a preguntarnos:

¿estamos eligiendo a las personas por lo que son o por lo que nos pueden dar?

¿Estamos amando o negociando?

En una época donde todo parece tener precio, tal vez el mayor acto de rebeldía sea construir vínculos que no se puedan monetizar.

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