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Friusa, una comunidad situada en el corazón de Bávaro, República Dominicana, ha sido por años un enigma para quienes viven fuera de sus límites. Conocida por ser un lugar bullicioso, lleno de vida y diversidad cultural, también es famosa por sus rincones donde las autoridades parecen tener ojos ciegos y manos atadas. En esta tierra de contrastes, los nacionales haitianos han construido una realidad paralela que parece desafiar las normas establecidas.

Desde el alba, las calles de Friusa cobran vida con el sonido del comercio y las risas de los niños. Pequeños negocios, conocidos como colmados, florecen en cada esquina, donde se vende desde frutas hasta celulares de segunda mano. Aquí, el trabajo duro es moneda de cambio, y la comunidad haitiana, caracterizada por su tenacidad, ha sabido organizarse para satisfacer necesidades que el sistema oficial no alcanza.

Sin embargo, no todo es color de rosa. Existen zonas dentro de Friusa donde el acceso parece prohibido, incluso para quienes ostentan uniforme y placa. Esos sectores, cubiertos por un velo de misterio, son considerados “territorio prohibido” por las autoridades locales. Allí, la ley no tiene fuerza, pero las reglas están claras para los residentes. El respeto mutuo y la discreción son los pilares que sostienen una coexistencia basada en acuerdos tácitos.

El mercado clandestino emerge como una de las actividades más intrigantes. Desde ventas nocturnas de productos traídos de contrabando hasta apuestas ilegales que mantienen ocupados a los curiosos, esta parte de Friusa vibra con una vida oculta que pocos conocen. A pesar de ello, la comunidad haitiana sigue contribuyendo al tejido económico, cultural y humano de la región, manteniendo sus tradiciones y al mismo tiempo adaptándose a las exigencias de un entorno urbano con mano de obra más barata que los locales.

Friusa no es solo un lugar; es un reflejo de la lucha por sobrevivir, por mantener la identidad en tierras donde el reconocimiento oficial es esquivo. Las autoridades pueden cerrar los ojos ante ciertos rincones, pero los Haitianos de esa comunidad tienen los suyos bien abiertos, mirando hacia un futuro que construyen con sus propias manos ante los ojos del pueblo Dominicano.

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