#LaHoraInformativa
Hay momentos en los que una conversación deja de ser un intercambio y se convierte en un forcejeo. No de cuerpos, sino de voluntades. Y entonces, alguien lanza la frase: “¿Qué intentas, repetir la pregunta hasta escuchar lo que quieres?” No es una pregunta, es un límite. Un “hasta aquí”.
Porque hay una diferencia entre insistir y presionar. Entre querer entender y querer imponer. A veces, quien repite la pregunta no busca claridad, sino rendición. No quiere saber lo que piensas, sino que digas lo que espera. Y en ese juego, uno empieza a dudar de su propia voz, a preguntarse si está siendo terco o simplemente fiel a sí mismo.
En lo personal, he sentido esa tensión. Esa sensación de estar atrapado en un bucle donde mis respuestas no bastan, donde cada intento de explicar se convierte en una trampa. Como si el otro no escuchara para comprender, sino para corregirme. Para llevarme, poco a poco, hacia su versión de la verdad.

Pero hay un poder en reconocerlo. En nombrarlo. En decir: “No. No voy a repetir lo que tú quieres oír. No voy a traicionarme para darte la razón.” Porque a veces, la única forma de cuidar nuestra voz es dejar de responder.
Este ensayo no es una queja. Es una afirmación. De que el diálogo real no se construye con eco, sino con respeto. Que preguntar no es un arma, y responder no es rendirse. Que la autenticidad, aunque incómoda, siempre vale más que la complacencia.