#LaHoraHistorica

En el corazón de la historia dominicana yace un capítulo que retumba con fuerza: la Revolución de Abril de 1965. Fue un momento en que el pueblo se alzó con valor para reclamar su derecho a la democracia y al respeto de la Constitución. Los ideales de justicia, libertad y soberanía encendieron un fuego en las calles de Santo Domingo, liderados por nombres que aún son leyendas: Caamaño, Peña Gómez y tantos otros cuyos sueños y sacrificios inspiraron a una nación.

Pero hoy, al mirar hacia atrás, surge una inquietante pregunta: ¿Qué ocurrió con ese espíritu de lucha? ¿Cómo pasamos de ser una república vibrante y decidida en el 1965 a una nación que a veces parece olvidar su capacidad de transformación? ¿Dónde quedó la pasión por defender los valores que una vez definieron nuestra esencia?

Podría señalarse a la corrupción, a los intereses externos, a la desilusión que trajo consigo un sistema político que prometió mucho y cumplió poco. Quizás fueron los años de dictaduras, ocupaciones, y cambios abruptos los que erosionaron la confianza del pueblo en sus propias fuerzas. Tal vez es el peso de las luchas modernas, diferentes pero igual de importantes, lo que ha desviado nuestra atención de aquel momento histórico.

Sin embargo, esta no es una crítica vacía, ni una acusación sin fundamento. Es una invitación a la reflexión. Porque el espíritu de lucha no se roba, se adormece. Y despertar ese espíritu depende de nosotros, los dominicanos. Es momento de recordar que el mismo pueblo que se enfrentó a tanques y tropas extranjeras hace 60 años, sigue habitando esta tierra. Que la fuerza para cambiar nuestro destino está en nuestras manos, como siempre lo ha estado.

Revitalizar el espíritu de lucha implica educar, recordar, y actuar. Volver a los valores que inspiraron la revolución, adaptándolos a los desafíos de nuestra era. Involucrarnos como ciudadanos en la vida pública, exigir transparencia y justicia, y rechazar el conformismo.

La República del 1965 nos enseñó que no importa cuán oscuro sea el panorama, siempre hay esperanza. Es hora de rescatar ese espíritu y demostrar que los ideales de Caamaño y tantos otros nunca estuvieron destinados a ser efímeros. La República Dominicana merece ser una nación que lucha, que avanza, y que nunca olvida su capacidad para levantarse.

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